Regístrate para recibir nuestro boletín con lo mejor de The New York Times. A diferencia de los correos electrónicos habituales de mi madre (con todo el mensaje escrito en la sección del asunto), este no tenía texto, sino únicamente una fotografía adjunta.
Di clic en el archivo y me sorprendió su imagen; se veía demacrada y tenía una herida profunda arriba de su ojo contusionado.
La llamé de inmediato. “Mamá, ¿qué pasó?”. “Me caí. En el sitio plano cerca de los rompecabezas”. Después dijo: “Ya me voy”, y colgó.
Entre nuestras conversaciones breves e imágenes como esa, difícilmente reconozco a la mujer parlanchina de antes que me cuidaba, estaba atenta a mis necesidades y escuchaba mis deseos cuando era niña.