Un escalofrío atravesó el cuerpo de Michael Salazar cuando, a la temprana edad de 16 años, su madre le preguntó, sin el menor pudor, si era maricón; no gay ni homosexual: maricón, con toda la carga despectiva que esa palabra puede encerrar.
La interrogante lo tomó por sorpresa y sintió que moría de vergüenza y miedo. “Me quedé helado”, cuenta Michael al Washington Blade, 35 años luego del suceso. “No sé de dónde saqué valor y le contesté que sí.