CIUDAD DE MÉXICO — La pintura rosa de su escalera está descascarada, la barandilla de metal negro desconchada, pero Samantha Flores está tan perspicaz como siempre entre una profusión de plantas trepadoras y una explosión de flores rojas.
A sus 88 años, el icono transgénero mexicano sigue siendo elegante, divertida y a veces coqueta, sentada en una pequeña mesa redonda en el rellano fuera de su diminuto apartamento en Ciudad de México, donde ha recibido a quienes tocan su puerta, a una distancia segura, durante toda la pandemia.