En medio de una pandemia, suelo hablar con un pequeño Chewbacca. Es un juguete de peluche con ojos azules brillantes y un atisbo de sonrisa cosida.
Solía hacer rugidos wookiees, una habilidad que por desgracia perdió tras un baño exhaustivo. Chewie no es el juguete de mi infancia, un nostálgico regreso a un lugar más seguro.
Aunque me avergüence admitirlo, lo compré de adulto, como regalo para mi pareja, Bishan, que es un friki de Star Wars. Casi como una broma, le regalamos a Chewie su propia cuenta de Instagram.
Una vez leí que el artista Horst Wackerbarth tomó un sofá rojo y lo fotografió frente a lugares famosos: el Taj Mahal, la selva amazónica, el hielo de Alaska.