Harry Styles, el príncipe del pop de este verano, se ha ganado su corona plasmando las fantasías de millones de personas y dándole un enfoque aparentemente innovador a la proyección de la identidad sexual diversa.
Mientras hace crecer su reino y conquista la cultura pop, Styles también ha sido acusado —en sus dos últimos lanzamientos discográficos— de utilizar la identidad queer para pulir su fama sin declararse explícitamente queer.
Hablar de la identidad de cualquier persona, aunque sea famosa, es intrínsecamente delicado. Sin embargo, en una cultura obsesionada con la política identitaria y aún lastrada por la homofobia, es inevitable que miremos a nuestros iconos y nos preguntemos quiénes son en realidad, sobre todo cuando su estilo y su mística parecen invitarnos a hacer preguntas.
Las actuaciones de Styles (y el desorbitado precio de las entradas) hacen que su identidad sea un tema de nuestra incumbencia.