Hace poco encontré una entrada en mi diario que escribí en febrero de mi segundo año de universidad, y que era una pregunta dirigida a mi madre: “¿Qué necesitas de mí?”.
Un año después, había añadido debajo: “¿Puedes siquiera verme?”. Incluso en la infancia creo que mi madre y yo no nos entendíamos.
Yo era temperamental, sensible, la personita más ansiosa que ella dice haber conocido. Tenía miedo de casi todo: de dormirme, de las visitas al médico y las vacunas, de vomitar, de la comida que no fuera blanca o beige.
Hasta los 13 años, dormí casi todas las noches en el suelo de la habitación de mis padres, junto a nuestro perro. No soportaba estar solo en la oscuridad.