Desde su fundación en 1923, The Walt Disney Co. ha destacado en Hollywood por una razón fundamental: al menos en teoría, sus películas, programas de televisión y parques temáticos para toda la familia siempre han estado pensados para todos, y han evitado con destreza caer en posibles trampas políticas y culturales.
La marca Disney gira en torno a pedir deseos a las estrellas, encontrar el amor verdadero y vivir felices para siempre. En caso de que los castillos de cuentos de hadas sean demasiado sutiles, los parques temáticos de Disney prometen sin reparos un escape de la realidad con letreros que rezan: “Aquí dejas el presente atrás y entras al mundo del ayer, el mañana y la fantasía”.
Sin embargo, en últimas fechas, la fealdad del mundo real se ha filtrado en el Magic Kingdom. En esta época hiperpartidista, ambos bandos de la división política han atacado a Disney, lo cual pone en peligro una de las marcas más conocidas del mundo —una que para muchos simboliza el propio Estados Unidos— mientras intenta navegar por una industria del entretenimiento que cambia con rapidez.
En algunos casos, Disney se ha inmiscuido en asuntos culturales por voluntad propia. El verano pasado, en una medida celebrada por los progresistas y criticada por la extrema derecha, Disney decidió reconocer la neutralidad de género en los anuncios que se emiten en los altavoces de sus parques temáticos, por lo que reemplazó “damas y caballeros, niños y niñas” por “soñadores de todas las edades”.