Hace cinco años, cuando mi hija estaba en octavo grado, se enamoró de un chico de padres estrictos y religiosos. Alto y esbelto, con un cabello abundante que caía sobre su delicado rostro, se parecía a un Justin Bieber tímido y con buenos modales.
Ambos jugaban fútbol en sus equipos de secundaria. Mi hija —alta para su edad— había sido reclutada por el entrenador de fútbol de la escuela, que había asistido a un partido de baloncesto femenino en el que ella había cometido una falta.
El entrenador le dijo que el equipo de mujeres necesitaba un refuerzo (ella nunca había jugado fútbol). Durante su cortejo, ese tímido chico parecido a Justin Bieber prometió enseñarle a anotar si ella le enseñaba a derribar a la gente.