En plena pandemia regresé a El Paso, Texas, en la frontera entre EE. UU. y México, donde crecí. Pensé que sería una estancia temporal, pero entonces el desierto me susurró.
Tras años de ausencia, mi cuerpo ansiaba la tranquila sabiduría de esta tierra. Había cambiado desde que me fui. En Nueva York y Boston había vivido de manera abierta como mujer queer.
En El Paso y Ciudad Juárez, México, donde nací, soy más discreta con mi familia. Aquí hay muchas personas queer que viven una vida plena y abierta.
Pero ninguna de ellas es de mi familia. En cuanto se suavizaron las restricciones de la covid, empecé a cruzar la frontera a pie hasta Ciudad Juárez para cantar en el karaoke con mis amigos queer cada vez que necesitaba desahogarme.