[Esta columna se publicó originalmente en inglés en septiembre de 2016] Cuando nuestro hijo cumplió 6 años, mi marido y yo le compramos un teatro de marionetas y un baúl de disfraces porque le gustaba montar obras de teatro.
Llenamos el baúl con 20 artículos de Goodwill, en su mayoría ropa de adulto: corbatas, camisas, un gorro gris de paje y el chaleco de un traje sastre.
Pero no queríamos que su creatividad o la de sus compañeros de reparto se viera limitada por la falta de opciones de vestuario, así que también incluimos unos tacones altos, un sombrero rosa de paja, una deslumbrante falda de hadas y un brillante vestido verde sin mangas.
Estaba encantado con estos regalos. De inmediato, se puso el vestido verde. En cierto modo, nunca se lo quitó. Durante un tiempo, solo se lo ponía cuando estábamos en casa y nada más cuando no había otras personas.